Por CUAUHTÉMOC CAMILO | ➜
(En)tierra
Llevo a cuestas un cementerio de memorias
y en cada piedra está escrito lo que soy:
soy la legión de mis muertos y en sus lápidas
constan los misterios del destino que ignoro,
del destino hacia el que voy.
Si eres aquello a lo que te aferras,
entonces yo soy las ruinas
que me obligaron a aferrarme a lo que queda.
Una pérdida que en mí devino ruina y permanencia.
Soy el ser que perdí y suplí conmigo
para palear las ausencias…
Soy el espectro de mi propio porvenir.
Permanencia
Cuando el vacío del mundo llegue y me tome de la mano
va a quedarme un beso
o tal vez el recuerdo de uno.
Porque aquello que nos toca
nos destruye.
Poco importa,
seremos borrados y si hay suerte existiremos
como los fantasmas de recuerdos ajenos.
No habrá amor ni memoria,
no habrá historia ni poemas.
Nunca compasión.
Si la belleza y la tristeza sobreviven, es en forma grandeza.
Y toda grandeza es aniquilación.
Tesoros
Sepultaste promesas en mis ojos:
un tesoro hundido en lo hondo de este llanto,
oro pobre que relumbra más
cuanto más lo guardo.
Mi tesoro es tu imagen junto a mí
en el fondo de mis ojos cerrarlos.
Los quiesiera abrir…
mas no sé cómo desenterrarnos.
Fuegos fatuos
En el panteón del universo
las estrellas son fuegos fatuos que el tiempo esconde.
Detrás de él,
la eternidad cierra los ojos y se pone a contar al infinito…
Cuando al fin abra los ojos y salga a buscarlas, ya no brillaran
y de algún modo habrán vencido a lo eterno.
Sólo el tiempo envía galaxias o fantasmas melancólicos
que viajan y rugen hacia nuestros telescopio un mensaje:
“el presente es de los muertos…”
Como la luz de una estrella apagada
o una onda de gravedad a la deriva
¿no has sentido que la oscuridad te mira?
El ojo de la oscuridad nos llama, la llama oscura y fría
que cuenta sus números a nuestras espaldas.
El cielo es una catedral que se viene abajo
¿no temes que te aplaste?
La inmensidad no te dejará tranquilo,
espera que la veas y escuches con un miedo
semejante al de las bestias por el fuego.
A la inmensidad no se enterara de nuestra vida,
somos bichos escondidos en las grietas de un planeta escondido.
Pero las estrellas nos miran, siempre miran.
El universo es un voyeur que nos espía
por unos ojos arácnidos de estrellas.
O tal vez la eternidad sea un monje en penitencia:
como el angel de Benjamin “contempla sin intervenir”.
Piratas
El barco de la vista
va hacia el cielo:
presiento el puerto
y las playas del pensamiento.
Ahí nos reuniremos:
amigos, tesoros y un faro de momentos.
Con brisas o en tempestad,
a barbas de gato por la vida iremos,
nos aguarda el manto de la palabra
para cubrirnos de lo que desconocemos.
Nuestras pupilas son la proa, nuestro cuerpo, la vela
y el corazón, el camarote.
¡A los barcos! Que las anclas se levanten,
habrá banco que nubes por delante.
Maestre, avise a todos que zarpamos,
la muerte se hará a la mar, solo así podrá alcanzarnos.